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viernes, 4 de noviembre de 2011

Una chica del monton, con un corazon unico.

Lamento decirte que..
no soy rubia, y aunque me empeña en ser perfecta, no lo soy. Tampoco tengo unos expectaculares ojos azules, pero con los verdes te prometo que serás mi visión favorita. No tengo el mejor cuerpo del mundo, pero con este tendras miles de abrazos cada dia. No soy la chica más fiestera del mundo, pero puedo darte las tardes mas mimosas. Tampoco soy la mas lista, pero haré que te enamores de mi gran estupidez. Aunque mi memoria no sea estupenda, prometo no olvidar cada uno de tus besos, y aunque no pueda hacer que todos los momentos juntos sean buenos, haré que te sea imposible de olvidar los mejores.
Y ya ves, puede que no sea la chica de tus sueños, pero ¿sabes? seré real.

5 comentarios:

  1. Esos ojos verdes son la Luz del Faro que atraera a quien pueda ver esa maravillosa Luz de vida.

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  2. Preciosaa!!
    He tenido esto algo abandona, he estado a punto d acer desaparecer el mundo verde, pero solo le he recogido un poquito mas...aora prefiero q cada persona elija su mundo..yo solo ofrezo un bueno modo de llagar a el.
    Preciosa entrada preciosa
    un besazo y hay ganitas d vert!!

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  3. Me encanta la entrada y tu blog! Soy tu fan numero 1! enserio! un besito :)
    y si eso te pasas por el mio porfis !
    http://besitosdeosopolar.blogspot.com/

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  4. mee gusta musho tu bloog
    te sigo ¿mesiguees? :)
    http://ceniizasychiclesdementa.blogspot.com/
    uuun beeesin <3

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  5. Era una pequeña casucha de la ciudad. Un pequeño taller con unas pocas máquinas y herramientas, dos piezas y una cocina. Sin embargo, Joaquín no se quejaba, en estos dos años el taller de carpintería llamado “El Siete” se había hecho conocer en el pueblo y él ganaba suficiente dinero. Esa mañana, como todas, se levantó a las seis y media par ver salir el sol. En el camino, a unos 200 metros de su casa, casi tropezó con el cuerpo herido y maltrecho de un joven. Con rapidez, se arrodilló y apoyó su oído contra el pecho del joven… débilmente, allá en el fondo, un corazón luchaba por mantener lo que quedaba de vida en ese cuerpo sucio y hediente a sangre, mugre y alcohol. Joaquín fue a buscar una carretilla, sobre la que cargó al joven.
    Al llegar a la casa tendió el cuerpo y cortó las raídas ropas y lo higienizó cuidadosamente con agua, jabón y alcohol. El muchacho, además de su borrachera había sido golpeado con salvajismo. Tenía heridas cortantes en las manos y en la espalda, y su pierna derecha estaba fracturada. Durante los siguientes dos días, toda la vida de Joaquín se centró en la salud de su obligado huésped: curó y vendó las heridas, entablilló su pierna y alimentó al joven. Cuando el joven despertó, Joaquín estaba a su lado mirándolo con ternura y ansiedad.
    - ¿Cómo estás? – preguntó Joaquín.
    - Bien… creo… – respondió el joven mientras se miraba su cuerpo aseado y curado – ¿quién me curó?
    - Yo.
    - ¿Por qué?
    - Porque estabas herido.
    - ¿Sólo por eso?
    - No, también porque necesito un ayudante.
    Y ambos rieron con ganas. Bien comido, bien dormido y sin beber alcohol, Manuel, que así se llamaba el joven, se fortaleció enseguida. Joaquín intentaba enseñarle el oficio y Manuel intentaba rehuir del trabajo todo lo que podía. Una y otra vez Joaquín inculcaba en aquella cabeza deteriorada por la vida transcurrida, las ventajas del buen trabajo, del buen nombre y de la vida buena. Una y otra vez, Manuel parecía entender y dos horas o dos días después, volvía a quedarse dormido o se olvidaba de cumplir con la tarea que Joaquín le había encomendado. Pasaron meses. Manuel estaba curado. Joaquín había destinado para Manuel la habitación principal, una participación en el negocio y el primer turno del baño, a cambio de la promesa del joven, de dedicación al trabajo. Una noche, mientras Joaquín dormía, Manuel decidió que seis meses de abstinencia eran bastante y creyó que una copa en el pueblo no le haría daño.
    Por si Joaquín se despertaba en la noche, cerró la puerta de su habitación desde adentro y salió por la ventana dejando la vela encendida para dar la impresión de que se encontraba allí. A la primera copa la siguió la segunda, y a ésta la tercera, y la cuarta, y otras muchas… Cantaba con sus compañeros de trago, cuando pasaron los bomberos por la puerta del boliche haciendo sonar la sirena. Manuel no asoció este hecho con lo ocurrido hasta que de madrugada, tambaleándose hasta su casa, vio la muchedumbre reunida en su cuadra…
    Sólo alguna pared, las máquinas y unas pocas herramientas se salvaron del incendio. Todo lo demás quedó destruído por el fuego. De Joaquín sólo se encontraron cuatro o cinco huesos chamuscados, que enterraron en el cementerio bajo una lápida donde Manuel hizo escribir: “Lo haré, joaquin… Lo haré” Con mucho trabajo, Manuel reconstruyó la carpintería. El era vago, pero hábil, y lo que aprendió de Joaquín alcanzó para llevar adelante el negocio. Siempre sentía que, desde algún lugar, Joaquín lo miraba y alentaba. Manuel lo recordaba en cada logro: su casamiento, el nacimiento del primer hijo, la compra de su primer auto…
    … A quinientos kilómetros de allí Joaquín, vivito y coleando, se preguntaba si era lícito mentir, engañar y prenderle fuego a esa casa tan bonita sólo para salvar a un joven. Se contestó que sí, y rió de sólo pensar en la policía de pueblo que confunde huesos humanos con huesos de cerdo… Su nueva carpintería era un poco más modesta que la anterior, pero ya era conocida en el pueblo. Se llamaba Carpintería “El Ocho”.
    Cuento de jorge Bocay por el mengue que te adora

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